El bisturí de la ciencia: Transformaciones en el tratamiento de la muerte.
- Nicolás Borsani
- 30 abr 2020
- 7 Min. de lectura
Actualizado: 9 may 2020

Hemos asistido a estos últimos tiempos a un fenómeno nuevo en relación al modo en que aparece la muerte: los viejos mueren solos, aislados y olvidados, sin posibilidad de ver a su familia. El comportamiento solitario acompaña los nuevos rituales de tratamiento para con la muerte, en esta última época. Así mismo y de manera simultanea, los medios de comunicación instan a segregar las figuras de quienes pretendan romper toda normativa: una anciana aparece en televisión, diciendo que “quiere tomar un poco de sol”. Cosa paradójica, el discurso de salud choca contra sí mismo (y en esa aparente paradoja no hay resolución dialéctica). La epidemia y el miedo, en este modo de presentación, juegan su partida y atacan al lazo social. Lo descomponen y lo rearticulan de diferente manera, enfrentándonos a los efectos de dicha transformación.
Sobre la función del ritual y lo sagrado abunda suficiente material literario, y filosófico. La idea de la muerte es inherente al pensamiento humano. De acuerdo a Sócrates, "el verdadero filósofo siempre está preocupado por la muerte y el morir". Cicerón decía que "estudiar filosofía es prepararse para morir", y Montaigne refiere: "el perpetuo trabajo de la vida es elaborar los fundamentos de la muerte".
Para Freud [1] la muerte propia no se puede concebir directamente. Cuando intentamos hacerlo, solo es posible hacerlo como observadores. Dice al respecto: "nuestro inconsciente no cree en la muerte propia, se conduce como si fuera inmortal". Es decir, esta instancia admite la muerte y, al mismo tiempo, la desmiente como irreal. Freud, que durante muchos años de su vida estuvo torturado por la enfermedad y la posibilidad de morir, pensaba no obstante que no existe la representación de la muerte y por lo tanto lo asociaba a las carencias estructurales del ser humano (complejo de castración). Más allá de eso, plantea la importancia de una instancia simbólica en la elaboración y simbolización de la pérdida, tal como lo plantea su función en el duelo: He aquí una función reparatoria.
En su libro Morir en occidente, Phillipe Aries [2] ahonda en las distintas actitudes ante la muerte desde la Edad Media hasta la actualidad. El libro da cuenta de las distintas y cambiantes concepciones de la muerte a través del tiempo; señalando cómo cada concepción fue configurando sucesivas formas de convivencia social. El autor afirma que la muerte, antes acompañada de ritos, símbolos, frases que acompañaban al muerto, diseñaba formas de una cosmovisión ordenadora entre lo que era la vida y muerte. En la edad media, uno podía saber y anticiparse, estaba esta condición de preparación ante el destino fatal. La muerte, "antaño tan presente y familiar", tiende desde mediados del siglo XX, a ocultarse y desaparecer. El historiador francés asocia el origen de ese fenómeno, a un sentimiento propio de la Modernidad, que esta caracterizado entonces por evitar el malestar y la emoción provocados por la muerte. Esta pasa a ser concebida finalmente como perturbación caprichosa de la felicidad, motivo por el cual se la evita ya que compromete los ideales de omnipotencia del sujeto moderno.
«Entre los años 1930 y 1950, la evolución va a precipitarse (..) Ya no se muere en la casa, en medio de los íntimos; se muere en el hospital y a solas». Ya no se estilan los pésames a la familia al finalizar el entierro; se impone la moderación de los gestos y la represión del llanto, cae en desuso el luto y se despoja al duelo de toda señal exterior: El duelo se transforma así en un hecho solitario y vergonzoso. En el nuevo escenario dispuesto por la ciencia, el médico se encarga de extirpar al desenlace final, toda intensidad y protagonismo emocional. Morir no debe ser una experiencia de la persona sino un procedimiento administrado por la ciencia.
En la actualidad, asistimos a una modificación aún más radical, que puede ser interpretada como un síntoma de la civilización: La relación del sujeto con la muerte en la actualidad se ha trastocado, se ha intervenido de un modo brutal afectando al hombre en su esencia, tal como lo evidencia el desarrollo de la epidemia global. Con la humorística viñeta, se ilustran bastante bien los efectos del capitalismo que aparece así como “un perro que se muerde su propia cola”, obscenidad que alude al lugar de destino trágico que asume la civilización en nuestros últimos días.
Este momento no es uno más, puede entenderse como un síntoma del S.XXI. ¿Cuáles son los efectos subjetivos que pueden ubicarse a partir de los cambios actuales?
Un fenómeno que podemos considerar es la sustracción de la idea de la muerte singular como concepto, promoviendo la idea de que podamos socializarla pero haciéndola entrar en la categoría de número estadístico. Toda ella entra allí, por lo cual el sujeto individual al que se relacionaba su figura pierde entidad, reduciéndose al valor de algoritmo. Hay un cambio radical de discurso, no operado sobre de la muerte como tal, sino que opera en la transmutación social vinculada a la manera en que le damos representación, del modo en que se inscribe en orden del cuerpo. Partiendo de este marco, asistimos los efectos espectaculares que tiene para el resto de la población, el transitar este proceso. Somos testigos del intento repetido de «cuidar» la vida. -Léase aquí el objetivo médico-sanitario de atacar la muerte para domesticar la vida- En ejercicio esta apuesta implica, que el bisturí de la ciencia separa de manera tajante el campo de la vida y muerte, realizando así una operación en la que asigna espacios y prácticas específicas para cada uno. Una de las consecuencias es que se exorcizan así los efectos mortíferos que rodeaban a la muerte en otros tiempos, en un rito funerario de carácter simbólico que le daba entidad a todo el asunto. El muerto y los familiares (relación contraída a través de la particular ocasión), son separados así a través de esta nueva operatoria, posponiendo así el encuentro tan necesario para el sujeto y el Otro: Hoy se muere sin palabras.

A partir del establecimiento de esta operatoria dos vías se separan, teniendo efectos considerables para la civilización: ¿Cómo pensar la vida? Como parece hoy la vida está delimitada por los esquemas del confinamiento, con un goce administrado y regulado por el aparato de disciplina (lo cual propicia una biopolítica S.XXI), imitando en germen la ficción de 1984, o bien ciertos matices del universo Huxleyano: «Todos somos felices», dominados y organizados por la utilización del soma. ¿Qué lugar para el cuerpo en su estatuto libidinal, y el goce en tanto sexual? Siguiendo estos lineamientos observamos que no se ha mencionado mucho al respecto. El lugar que se reservaba para el empuje al consumo de los ciudadanos (propio del capitalismo) también parece haberse opacado, en el eclipse que ocasiona el esfuerzo de “dar vida”. En este marco se observa la presencia de un cuidado que, por otra parte y tal como sostienen ciertos filósofos, propicia una sospecha respecto al prójimo ejerciendo a la vez un miedo interior: entre cuidado de sí y el otro de la realidad, se interpone el afecto del miedo como articulador, como piedra angular de las relaciones instituidas.
Actualmente el estado promueve el “sexting”, el sexo virtual es aconsejable y tiene hasta efectos sanitarios. Aconseja, indica, sugiere. Es el signo de que la intervención médica incide actualmente sobre los modos de goce sexual, apuntando a armar un para todos que regule lo singular, sobre el margen de elección subjetiva del cada quien -en la cual sabemos que no existe manual, ni mucho menos “hay relación sexual”-. Un colega decía recientemente y a modo de chiste, que haya prohibición así por lo menos se puede desear un poco (revelando así la relación intrínseca entre el deseo y la decisión subjetiva: no basta con manuales e indicaciones médicas, la habilitación tiene que partir del sujeto).
La muerte configura un real científico, biológico e incognoscible, atravesado y moldeado por la opinión especializada de los expertos. Un real (imposible de representar) pero no por eso menos presto a ser combatido en el plano del organismo, misterio que tiene algo de enigma para el común de la población. Los psicoanalistas sabemos que no hay Otro del Otro, o bien metalenguaje que detente el saber sobre dicho campo, por lo cual es lícito preguntar: ¿Acaso no extrañamos la experiencia sobre la muerte, aunque sea un poco, para evocar lo constitutivo de la vida? ¿No nos pertenece ese derecho, como rasgo último de la cultura? Separar el acto funerario (ceremonial simbólico) del muerto, es una operación cargada de consecuencias ya que ubica la dimensión de lo singular y la decisión subjetiva por fuera de su dominio de acción. Esta acción podríamos leerla como síntoma en tanto es el resultado de un mecanismo renegatorio articulado bien con el «vivir peligrosamente» [3], propio de la civilización. De esta manera, se separa y desarticula la trama que sostenía previamente la relación entre lo real y lo simbólico (especie de des-anudamiento que tiene como consecuencia, que el anciano devenga en su calidad de olvidado, suerte de objeto caprichoso resultado del deseo medico), y que refleja a su vez el tratamiento que hace la ciencia de sus objetos en los últimos tiempos. Este hecho, acompañado de otros fenómenos globales, nos invitan a pensar que formas de producción subjetiva se establecen, y ante esto que respuestas podemos dar los psicoanalistas ante aquello que "no marcha bien".
Bibliografía:
- Philippe Ariés, Morir en occidente: desde la Edad Media hasta nuestros días, trad. Víctor Goldstein, Adriana Hidalgo editora, Buenos Aires, 2007.
- S. Freud. Obras completas, Amorrortu Bs As. Tótem y tabú.
- Santiago Kovadloff, La muerte hecho vergonzoso. (Disponible en https://www.lanacion.com.ar/cultura/la-muerte-hecho-vergonzoso-nid215983).
- Horacio González. Antígona, La prohibición de acompañar a los familiares en velorios y entierros. (Disponible en https://www.pagina12.com.ar/261547-antigona?fbclid=IwAR3bHBkr992yHqOkBFUZpTgMF2v3QssAn5mWFjehCxy6fAib5atPhYEzEps).
[1] S. Freud. Obras completas, Amorrortu Bs As. Tótem y tabu
[2] Philippe Ariés, Morir en occidente: desde la Edad Media hasta nuestros días, trad. Víctor Goldstein, Adriana Hidalgo editora, Buenos Aires, 2007.
[3] “Puede decirse, después de todo, que la consigna del liberalismo es: ‘vivir peligrosamente’. Vivir peligrosamente esto es, que los individuos se vean siempre en una situación de peligro o, mejor, estén condicionados a su experimentar su situación, su vida, su presente, su futuro, como portadores de peligro”. M. Foucault
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